¿En serio estamos hablando de justicia aquí? ¿O es que la justicia solo se aplica a pleno rendimiento cuando tienes la cartera bien llena? Vamos a ver, la cosa está clara: si te sobra el dinero, puedes darte el lujo de atenuar tus penas, como si estuviéramos en una subasta de impunidad. Y aquí tenemos al señor Dani Alves, condenado a cuatro años y medio por agresión sexual, una pena que ya de por sí suena a chiste cuando la Fiscalía pedía nueve años y la acusación particular, doce. Pero claro, como el buen hombre ha soltado 150.000 euros antes del juicio, parece que eso suaviza las cosas. ¿Es eso justicia? ¿O es solo un descuento por pago anticipado?
El as de Dani Alves para salir de la cárcel
La Audiencia de Barcelona ha decidido que, al parecer, tener la capacidad de desembolsar una indemnización económica antes de que te caiga el mazo es suficiente para que te rebajen la estancia en la sombra. Y lo mejor de todo es que este circo se presenta bajo el nombre de «reparación del daño». ¿Pero qué reparación ni qué ocho cuartos si lo que se está haciendo es poner precio a la justicia?
En las redes sociales, la gente no es tonta y ha saltado contra esta decisión. Claro que sí, porque es evidente que si no tienes el bolsillo de Alves, te comes la condena completa y quizás hasta con recargo. ¿Es este el mensaje que queremos enviar? ¿Que tu condena depende de tu extracto bancario?
Esto abre un debate necesario pero tremendamente desalentador sobre las disparidades en las condenas. Si la justicia se supone que es igual para todos, ¿cómo es posible que existan estos atenuantes por «reparación del daño» que claramente benefician a quienes más tienen? La Fiscalía pedía nueve años, y lo que nos encontramos es una rebaja espectacular a cuatro años y medio, gracias a una transferencia bancaria.
¿Se fugará Dani Alves a pesar de haber abonado la fianza?
Es frustrante y cabrea pensar que la balanza de la justicia se inclina tanto que parece que va a romperse. Esto no es más que otra evidencia de que vivimos en un sistema donde el dinero no solo abre puertas, sino que también cierra celdas.
¡Esto es el colmo! ¿Cómo es posible que aún estemos discutiendo si Dani Alves, con todo su poderío económico y conexiones, representa un riesgo de fuga? El magistrado Luis Belestá lo ve clarísimo, y aún así, su voto particular en contra parece ser un grito en el desierto. ¿De qué sirve apelar al sentido común si al final el dinero y el estatus siguen inclinando la balanza? Belestá tira de lógica y precedentes judiciales para argumentar que la prisión provisional es esencial para evitar que Alves tome las de Villadiego, especialmente dadas sus posibilidades económicas y de soporte. Pero, ¿acaso importa? Parece que no.
Ahí tienes a los jueces María Isabel Delgado y Pablo Díez, jugando al equilibrismo con argumentos que suenan a excusas baratas. «Persiste en cierta medida», dicen, como si el riesgo de fuga fuese algo que se puede medir en gramos. Y luego, con una caradura impresionante, nos venden la moto de que retirarle los pasaportes y ponerle una fianza de risa es suficiente para anclar a Alves aquí. Como si un tipo con su fortuna no pudiese encontrar mil y una maneras de salir del país si realmente lo quisiera. ¡Por favor!
Y lo de la fianza de un millón de euros, ¿qué me dicen? Una cantidad que para Alves y su entorno debe ser calderilla. Tanto es así, que hasta recurre al padre de Neymar para que le eche una mano. Esto es el mundo al revés. Mientras tanto, voces como la de Victoria Rosell apuntan a la incongruencia de este circo judicial, cuestionando la efectividad de unas medidas que parecen más un paripé para la galería que una verdadera barrera contra la evasión.
¿Debemos confiar el Alves por sólo abonar la fianza?
¿Y el riesgo de reincidencia? ¡Ah, claro, como es su primer antecedente penal ya estamos todos tranquilos! Como si la primera vez no contase o como si la gravedad de su delito se diluyese con el tiempo. La magistrada Soleto lo dice sin tapujos: esta es una tendencia de la justicia a ponerle la alfombra roja a los agresores sexuales.
Todo este teatro judicial no hace más que confirmar lo que muchos sospechábamos: hay dos varas de medir en la justicia, una para los que tienen y otra para los que no. La seguridad y el bienestar de la sociedad deberían estar por encima de cualquier consideración económica o de fama, pero aquí estamos, viendo cómo se despliegan todo tipo de artimañas legales para que los poderosos encuentren su camino hacia la libertad, mientras que las verdaderas víctimas quedan relegadas a un segundo plano. ¡Es indignante!